lunes, febrero 12, 2018

"El coloso", de Sylvia Plath

Traducción de Juan Carlos Villavicencio







Nunca podré armarte del todo,
restaurarte, pegarte y articularte adecuadamente.
Rebuznos, gruñidos de cerdo y carcajadas obscenas
provienen de tus enormes labios.
Es peor que una granja.

Acaso te consideras un oráculo,
portavoz de los muertos o de algún dios u otro.
Treinta años me he esforzado
por drenar el limo de tu garganta.
No soy la más sabia.

Trepando pequeñas escalas con tarros de pegamento y cubos de lisol,
me arrastro como una hormiga enlutada
por los acres de malezas de tu ceño
para curar las inmensas placas de tu cráneo y limpiar
los desiertos y blancos túmulos de tus ojos.

Un cielo azul fuera de la Orestíada
forma un arco sobre nosotros. Oh, padre, por ti mismo
eres histórico y contundente como el Foro Romano.
Comienzo a almorzar en una colina de cipreses negros.
La antigua anarquía de tus huesos estriados y tus cabellos de acanto

está esparcida como basura por el horizonte.
Faltaría algo más que el golpe de un relámpago
para crear una ruina semejante.
Cada noche me pongo en cuclillas en la cornucopia
de tu oído izquierdo, ajena al viento,

contando estrellas rojas y esas de color ciruela.
El sol se levanta desde la columna de tu lengua.
Mis horas están casadas con la oscuridad.
Ya no oigo el rasguño de una quilla
contra las inexpresivas piedras del embarcadero.




1960



















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