martes, junio 13, 2017

"El canto de la madre", de Soledad Fariña







Quiero pensar siempre en la antigua y sombría Devi
el Deseo la agita: su bello rostro chorrea de sudor amoroso.
Lleva un collar de bayas rojas y negras
está vestida de hojas.

Tantras, Himno IV


Juventud
(Recitativo corto)


vamos Chuzo vamos! entierro mis talones desnudos en sus ijares, él levanta un instante las orejas nerviosas y se lanza en carrera veloz hacia el otro potrero, el de las amapolas, a lo lejos distingo el horizonte rojo. Vamos vamos, apuro, sola, montando en pelo, mis muslos transpirados rozan se incrustan en su pelaje húmedo, somos uno Chuzo, le digo, Chuzo Chuzo, él entiende mi desvarío por el sol, por el aire, el olor de la alfalfa del potrero, la carrera sin límite hasta llegar a este océano rojo, intenso, extenso… nadie cree que esto es real, ¿qué importa?, montar así es cosa de animales, sí, soy salvaje, contesto besándole las belfas, a él no le importa, de un salto atraviesa la zanja y ya estamos, chuuuuu, chuuuu, le digo tirando hacia atrás las riendas, él me entiende y se detiene en seco, me deslizo por su lomo, él baja la cabeza y roza un poco la yerba, luego me sigue en mi carrera: rojo, rojo, digo sintiendo la caricia de los pétalos hasta que extenuada me dejo caer, Chuzo Chuzo, aquí aquí; él, más parsimonioso, al fin dobla sus patas y se echa, ojo y ojo se encuentran, se espejean, movimiento nervioso orejas belfas hocico, miro: rojo abajo, azul arriba, en medio oliéndonos, gustándonos, mi caballo y yo misma, éste es el universo…





Madurez
(Aria)


Cuál será el origen
de este dolor antiguo
quizá es este cuerpo y su deseo
negándose a salir del recodo de ramas
que lo ocultan
o tal vez el designio de pasar esta lengua
una vez y otra sobre la misma herida

o la danza por esta cuerda floja
tan viva que los poros se alargan
en forma de tentáculo tersura
de una piel en su tibieza líquida
de sangre de saliva de semen

tengo una llaga una herida
tengo un torrente
el corazón se ha estrujado
y hay tanta nube tanto viento
a destiempo que los ojos
no saben qué hacer con el agua
que inundará esta mesa esta silla
el mantel también será inundado

y el magnolio el olivo

tanta humedad en una sola llaga
que todo lo devora
que todo lo deshace

pero esta vacuidad no es el vacío
es un lleno de árboles
que se hablan uno al otro
sin saber si están solos o se tienen
quizás en las raíces

mis hijos mirándose como árboles
amándose como árboles



Los recuerdos
(Coro final)


El sol iluminó la mesa blanca, el mantel se abrió como una boca. Sí las mañanas están más cálidas. Sí es primavera y aquí traigo pedazos de recuerdos. Él baja la voz rumiando sus historias, me dice que en las noches acompaña el runrún de su cabeza con alguna melodía escuchada al azar, pero su oreja aguanta poco.

Mira la diafanidad del aire, le digo, mira como el viento nos acaricia la piel, fue solo ese momento, me dice, porque ahora es la sombra y en la sombra es la música o nada. Mira, le digo el pasto reverdece y por esa humedad corretean las tres, sus cuerpos frágiles como ramas de sauce doblándose hacia el agua.

Habrá que protegerlas me dices, encerrarlas, habrá que masticarlas te digo, tragarlas como pétalos, habrá que distanciarlas de los nombres, me dices, habrá que volverlas a la incerteza que late, te digo.

Ellas me piden cuentos en las noches. Palpen, sientan como nada este pez en mi pecera oscura, les digo. Escuchen como mezcla sus escamas rojizas con las mías azules. Ellas miran, tocan, palpan, pero ha llegado el tiempo de abrir esta compuerta, el agua nos inunda de momentos antiguos, mohosos y de ahí se devuelve a humedecer mi corazón tan seco.

Anoche dormí mal, imágenes de errancia, alguien viajaba, promesas susurradas al ritmo de los rieles, llegábamos a un pueblo, a la plaza del pueblo, boleros las noches de verano, una glorieta, una fuente, subíamos los cerros, los cercanos -piedras cascajo suelto- las cabras lo habían despojado de cualquier hierbecita, una hilacha era el río. Ya no existe ese pueblo, me dice y sigue cavilando bajo el magnolio, los ojos hacia adentro.

Qué piensa qué es lo que piensa. Mira le digo, mira sus ojitos, su frente, tan erguido. Míralo, tiene una vena, un aliento, aquí fuimos felices, le digo. Lo que duró el verano en este papel viejo, me dice devolviendo la foto. Sí, ese otoño tuve que alejarme, cavernas de tristeza, consumición, delirio, cómo hablarles del encierros sin poder ver las nubes ni corretear por la hierba, bajamos al río, había angustia pegada a las hojas, un olor impregnado de lágrimas, pero nadie lloraba. Ahí estaban los colores: amarillos húmedos, ocres goteantes, algunos rojos y el río en sordina como eco a mis palabras que caían también como goteo: que fueran obedientes. Ellas miraban, ¿obedecer a quién?, ¿a las hojas?, ¿al ritmo del agua?, ¿al nudo en la garganta?, ¿a la soledad de las piedras?, ¿a su indefensión de no entender qué palabra las dejó ahí tiradas como una piedra más? o entenderla, sí, pero no pronunciarla y dejarla para siempre tartamudeando en la boca. El otoño, usted sabe, hace que enmudezca la voz, su dorado hace entornar los párpados, no de resplandor sino de ganas de vestirse con las voces oscuras de algo que se aleja, de algo que cae irremediablemente. Aquí hay un clima raro, un sol brillante afuera y mucho frío dentro. La duda en la palabra me hace perder certeza en lo que escribo. Pero mi niño tan sólo balbuceaba y cómo iba a entender esto de los colores con sus ojos risueños ¡Cuándo te volveré a ver! ¿Qué verás y quién te nombrará las cosas? ¿Quién te enseñará las inflexiones de la palabra pena, la palabra tristeza? Separarnos, perdernos de los cuerpos, también de los cuerpitos.



de Yllu, Lom Ediciones, 2016





















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